domingo, 19 de junio de 2011

Simon Bolivar en Italia (inicia un sueño)

        Todos conocemos a Simon Bolivar como el libertador de nuestra nacion y paises vecinos, Bolivar fue, esadista, militar, diplomatico etc... pero antes de todo esto fue el estudiante de Simón Rodríguez con quien a primeros de abril de 1805 emprendio su viaje a Italia. Asistió a la coronación de Napoleón como Rey de Italia en Milán. Recorrieron, muchas veces a pié toda la península; habiendo sido invitado a una recepción pontifícia, dio el escándalo de negarse a besar la sandalia del papa Pío VII. Y es en Italia donde Bolívar haría su famoso juramento sobre el Monte Sacro de Roma de no descansar hasta no haber liberado América del yugo de sus tiranos.  

            
             Sólo emplearon once días el viaje. Del valle del Po pasaron a Venecia, ciudad que desencantó a Bolívar, y de allí a Florencia, que en cambio lo maravilló. ¿Escondió Simón Rodríguez algún plan tras este viaje? ¿Deseó mostrar a su discípulo la cuna de la civilización occidental? Difícilmente Como entonces se estilaba, realizaron la jornada a caballo. Al llegar a Roma, Bolívar entonces se encontro con Alexander von Humboldt, que había arribado a Italia casi al mismo tiempo, para efectuar algunos estudios geológicos sobre el Vesubio. Y mientras admiraban juntos las maravillas de la naturaleza italiana, sus corazones se inundaron de deseos de libertad e independencia para el Nuevo Mundo. Para Bolívar, Roma no era el epítome del arte, sino más bien la encarnación de la naturaleza humana. La grandeza de la historia le hablaba desde las ruinas y lo inspiraba a través de los arcos de triunfo, las columnas, las estatuas y las termas.

                La Ciudad Eterna evocaba en el sudamericano el recuerdo de héroes míticos e históricos, que habían respirado ese aire antes que él; revivía vívidamente en su memoria a los grandes hombres que habían hecho de Roma la dueña del mundo. Frecuentaba con preferencia el Coliseo, pero contrariamente a la costumbre de esos días, sus ruinas gloriosas no constituían una buena razón para que Bolívar adormeciese su alma sobre la almohada romántica de la melancolía.
Un día sus pasos lo llevaron a Monte Sacro. Lo acompañaba Rodríguez. Ambos pensaron en los plebeyos que huyeron a la montaña sagrada, cuando la opresión de los patricios    romanos se les hizo insoportable. Y esta palabra, opresión, fue la clave por la cual la mente y el corazón de Bolívar se volvieron otra vez hacia Venezuela. Una profunda reverencia lo invadió y sintió el impulso de expresar sus pensamientos. Se arrodilló y juró ante Rodríguez, cuyas manos aferró, que por la santa tierra que estaba bajo sus pies, libertaría a su país.

¿Qué significaba ese juramento y cuál era su valor? 

La historia comprobó que se trataba de una solemne promesa, que Bolívar guardó como ninguna otra a lo largo de su vida. Fue la insignia que arrojó dentro de la fortaleza del enemigo, para poder seguirla. Veinte años después escribió a Rodríguez: “¿Recuerda cómo escalamos el Monte Sacro para prometer sobre su suelo sagrado la libertad de nuestro país? Seguramente no ha olvidado ese día de gloria inmortal. Fue el día en que mi alma profética anticipó la esperanza, que no nos atrevíamos aún a expresar”.
                  
                 Anticipar una esperanza —no creer simplemente en lo improbable, sino juramentarse para alcanzarla— iba a convertirse en la esencia de su vida. Para Bolívar la política era el arte de lo imposible. Que el voto formulado en el Monte Sacro no fue únicamente un primer impulso, sino el comienzo de su vida política, queda demostrado por la forma abierta en que dio a conocer sus intenciones. Las noticias de su juramento se extendieron rápidamente entre los españoles residentes en Roma, pero éstos creyeron que se trataba de una extravagancia, porque había existido mucho de ella en la bizarra juventud de Bolívar, inclinado a aparentar o presentarse en actitudes teatrales. En cierta ocasión, en presencia del embajador español y cuando había sido presentado al papa, no quiso besar la cruz sobre la sandalia papal. Pío VII libró al embajador de su embarazosa situación, ofreciendo su anillo para que Bolívar lo besase. Empero, el sudamericano se limitó a contestar a todas las reconvenciones: “El Papa debe apreciar muy poco al símbolo de la Cristiandad, si lo lleva en sus zapatos, en tanto los más orgullosos príncipes cristianos lo llevan en sus coronas”
        

      El viaje que Bolívar hizo a Italia fue sin duda alguna una de las experiencias que marcarían para siempre su existencia y fue en ella donde decidió convertirce en el hombre que cambiarían el futuro de nuestra nación.  Y Sin su juramente en el monte sacro quizás el cumplimiento de los 200 años de la libertad venezolana jamas se hubieran celebrado.

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